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viernes, 21 de septiembre de 2012

Valladolid. Introducción histórica.

La ciudad de Valladolid se asienta sobre un extenso valle de cerros y páramos, en la confluencia de los ríos Pisuerga y Esgueva -este último discurría por el interior de la ciudad en dos ramales, uno de los cuales existió hasta 1848-, en el que han aparecido restos arqueológicos que indican un poblamiento, al menos, desde tiempos neolíticos. La atractiva hipótesis lingüística que explicaría el nombre de Valladolid, como procedente del topónimo celto-romano "valle tolitum", esto es, "valle de aguas", permitiría suponer una colonización del valle por elementos celtas de la segunda invasión. La fertilidad del lugar, en la convergencia de los ríos, haría posible la existencia de una villa durante la romanización, que pudo subsistir durante la dominación visigoda.

Durante los dos siglos primeros que siguieron a la invasión musulmana, se produjo la desertización del valle del Duero, no pudiéndose, por consiguiente, hablar de un nuevo repoblamiento de la villa al menos hasta fines del siglo IX, cuando el rey Alfonso III inicia el fortalecimiento de sus territorios fronterizos, convirtiéndose en el siglo X, muy probablemente, en núcleo pre-urbano de alfoz de Cabezón, situándose todavía a fines del siglo XI "in territorio de Cabezone". La villa recibiría un primer incremento de población en el reino de Fernando I, quien seguramente levantó una fortaleza en el mismo paraje que actualmente ocupa el monasterio de San Benito; pero fue bajo el mandato de Alfonso VI cuando el aspecto de Valladolid inicia una progresiva transformación. El monarca leonés concedió en 1072, al Conde Pedro Ansúrez, el señorío de la villa, en reconocimiento a sus servicios, que sería ostentado hasta 1208, por sus herederos los Condes de Urgel, revirtiendo entonces a la Corona. Fue verdaderamente Ansúrez quien emprendió la tarea de engrandecer su feudo, construyéndose extramuros su propio palacio, la Colegiata y la iglesia de la Antigua, edificios que hemos heredado muy transformados.

A partir de aquel momento la población continuó creciendo, convirtiéndose en frecuentado escenario de la Corte, que en numerosas ocasiones celebró aquí sus reuniones, mientras que las dignidades eclesiásticas la leigen para reunir sus Concilios. La nobleza comienza a asentarse entre sus muros, haciéndose construir suntuosos palacios, que serían modificados y ampliados en siglos venideros. La coronación de la reina Dª Berenguela se celebró en 1217en la plaza de su Mercado (actual plaza de la Universidad); Dª María de Molina vivió asiduamente en la villa, que poco a poco ve fundar instituciones que le dan prestigio y aumentan su atractivo. Su Universidad funciona desde el siglo XIII; Enrique II establece el Tribunal de la Chancillería, primero de las españolas. Bodas reales celebraron en su iglesia mayor D. Pedro I y D. Fernando de Antequera. En 1425 nace en la desaparecida Casa de las Aldabas (su patio se conserva en el jardín del Museo Nacional), el que reinarí con el nombre de Enrique IV; su padre, Juan II, mandó aquí ejecutar, en 1453, al que había sido su omnipotente valido y el pueblo, arremolinado, tuvo ocasión de contemplar tan deseado castigo, en la que ya por entonces servía de Plaza Mayor. En 1469 y contraviniendo los deseos de su hermano, la princesa Isabel se casa en el palacio de la familia Vivero con su novio Fernando de Aragón, posibilitándose de esta manera y en este lugar la futura Unidad de los reinos españoles. Todavía en el reinado de los Reyes Católicos se establece en la Villa el Tribunal de la Santa Inquisición que tendría, en años venideros, oportunidad de emplearse a fondo contra herejes e iluminados y en 1506 murió y tuvo aquí su primera sepultura, el descubridor del continente americano, el Almirante Cristóbal Colón.


Los turbulentos primeros años del reinado de Carlos I tuvieron pora Valladolid especial importancia. Cabeza primero de las Comunidades y luego el servicio del monarca, los campos de Villalar presencieraon la derrota y posterior ajusticiamiento de los principales comuneros. Si no consigió el título de Imperial, ni siquiera el de Ciudad, la villa fue la más frecuentada por el Emperadur durante su ajetreada existencia, y Valladolid fue el lugar escogido por la Emperatriz Isabel para alumbrar al que reiando con el nombre de Felipe II, tendría los más extensos dominios del Orbe. Como hijo agradecido gestionaría primero cerca del pontífice Inocencio VIII la elevación de la colegiata a Catedral y el 9 de enero de 1596 extendió el mismo Felipe II el título de Ciudad a la villa que le había vistno nacer, preocupándose desde 1561 por la reconstrucción de la urbe después del pavoroso incendio que sufrió la zona mercantil. Felipe II restableció en 1601 la Corte en la ciudad por intrigas del Duque de Lerma, pero la laegría y la seudo-prosperidad duró tan sólo seis años, los suficientes para que en tan corto espacio de tiempo nacieran en ella la infanta, que sería madre del Rey Sol de Francia y el principe español que reinaría con el título de Felipe IV.

Durante los treinta primeros años del siglo XVII, Valladolid pudo mantener con dignidad el porte de gran ciudad que hasta entonces había lucido. Se construyen importantes edificios pero la mayoría exclusivamente de carácter religioso. La nobleza comienza a abandonar sus posesiones, tanto en la capital como en la provincia. Un cierto resurgir comienza a vislumbrarse en los últimos años del siglo que se verá continuado y aumentado durante la primera mitad del siglo XVIII, momento en el que se construyen algunos de los más importantes edificios barrocos: S. Juan de Letrán, Comendadoras de Sta. Cruz, Universidad, etc. Bajo el reinado de Carlos III, con la creación de la Academia de Bellas Artes vallisoletana y la Sociedad Económica de Amigos del País se atienden importantes proyectos de urbanización, saneamiento y embellecimiento de la capital; de estos años data el inicio de la preocupación urbanizadora  y utilitaria de los paseos de Moreras y Campo Grande o diversos accesos y se emprende la construcción de edificios religiosos indicativos del nuevo gusto estético: Sta. Ana o los Filipinos.

Pero la tragedia de la Guerra de la Independencia supuso un duro golpe para esa etapa de presperidad iniciada en el reinado de Carlos III. La guerra tuvo funestas consecuencias para muchos edificios tanto civiles como religiosos, y la recuperación económica tardó en llegar. Al "río revuelto" de la desastrosa Desamortización comenzó a prosperar una clase burguesa que vio, en la adquisición de solares conventuales, oportunidad para su especulación. Se inicia a mediados del siglo XIX el procesode industrialización, fábricas harineras, especialmente, verían salir con facilidad su producción a través de la navegación conducida por el Canal de Castilla. Nuevas circunstancias económicas permitireron la revitalización constructiva y las familias acaudaladas o de clase media comienzan a construir sus viviendas o tranformaras de acuerdo con los nuevos estilos en boga y naturalmente utilizando los nuevos materiales.

El Pisuerga hasta entonces solamente cruzado por un puente "Mayor" ve tender sobre sus aguas otro nuevo, mal llamado "Colgante" construido en 1865. En la Acera de Recoletos que bordea uno de los lados del tríangulo que forma el Campo Grande, se levantaron algunos de los edificios más representativos -Casa Malilla, Casa del Príncipe- de essa nueva sociedad, al igual que en las nuevas calles que por entonces se abren: Gamazo, López Gómez, etc. El eclecticismo con toda la gama de estilos que lleva emparejado se pone de moda en la nueva arquitectura existiendo también alguna muestra de edificio modernista. Con armaduras de hierro se levantan los nuevos mercados -sólo subsiste el del Cal- y los teatros, recién inaugurados, cumplen su misión cultural y... social.
 
Este proceso de desarrollo urbanístico y en consecuencia arquitectónico quedó frenado en 1936, habiéndose antes edificado algún ejemplo racionalista, el Matadero Municipal por ejemplo, pero por los años 60 se inicia el más feroz atentado nunca sufrido por la ciudad. En lugar de buscar nuevos cauces para su expansión se prefirió superponer la nueva ciudad a la antigua produciéndose el caos ubanístico, y el aniquilamiento por derribo de un número crecido de edificios con interés histórico o artístico al que un anticuado sistema legislativo no supo o no quiso atender. En 1990, cuando el proceso se encuentra detenido y la cordura parece haber serenado los ánimos de destrucción historicista, asistimos atónitos a la contemplación de una de las ciudades más deramáticamente vejadas, en la que los monumentos historico-artísticos se yerguen ante nuestros ojos como mudos e incomprendidos testigos de un pasado que, a juzgar por lo que el lector puede leer en este blog, no sólo fue brillante, sino también glorioso.


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